Las cosas naturales no necesitan explicación, pero las tienen. Es lo más natural del mundo que vengan a nuestras cálidas playas de Canarias los turistas de países más fríos. Ellos saben muy bien que su máxima motivación es el sol. Saben que ese contacto más intenso con el sol les da calor, les da luz, les da energía, les despierta los sentidos y el apetito por la vida. Es que las bajas dosis de sol de que disfrutan en sus tierras, no tienen fuerza para recargarlos. Por eso se sienten más sanos y vigorosos: porque la primera fuente de toda vida es el sol. Y cuando puede uno entrar en contacto directo, continuo e intenso con él, es cuando se da perfecta cuenta de que ningún medicamento puede sustituir la acción benéfica de ese plus de sol en su vida.
Serán conscientes o no, pero eso es lo principal que vienen a buscar: salud de altísima calidad, salud vigorosa y brillante. Y vienen a buscarla aquí, a las espléndidas playas de Jandía, guiados por un instinto tan certero como el de nuestros hermanos que más saben de buena vida: los animales que la naturaleza mantiene en libertad. Sobre todo las aves, que tienen muchas más posibilidades de elección porque tienen la facultad de volar. Como nuestros turistas, que levantan el vuelo desde sus fríos países hacia el clima benigno de estas islas bienaventuradas.
Pero no es sólo el sol, sino que es también el mar, que nos ofrece la más maravillosa síntesis de la tierra. Sumergirse en sus aguas, tan bellas en estas benditas islas, con ese semblante tan acogedor, es el mejor contrapunto a los ardores del sol si nos exponemos a él largo rato. Siempre con prudencia, claro que sí, que no somos lagartos. Un agua en la que nuestra piel encuentra su mejor rejuvenecedor. Y que si se nos cuela por la boca, favor que nos hace: porque nos aporta un extra de minerales que nos tonifican al mejor nivel.
Y por si eso no fuera suficiente, el contacto directo con la tierra sobre la fina arena que nos han labrado en armonía las entrañas de la tierra, los crustáceos y moluscos cediendo sus caparazones al suelo marino, los vientos del desierto que lijan incansables las rocas. Las propiedades tonificantes de estas arenas alcanzan mucho más allá del conocimiento menguado que de ellas tenemos.
Y por si todo esto no fuera suficiente, el microclima que se crea en la intersección del mar y la tierra acaba de hacer el resto. ¿Qué tiene pues de milagroso que junto al mar se aquiete nuestro espíritu olvidando el estrés tanto físico como anímico? Aquí en la playa somatizamos el bienestar, la felicidad, la armonía. ¿Qué más podemos desear? El que lo prueba, repite. Es la naturaleza la que le empuja. No puede hacer otra cosa.
Eso es Pájara, eso es Playas de Jandía.
Mariano Arnal
Fundación Aqua Maris