Betancuria fue la primera población de origen europeo llegada a Fuerteventura a comienzos del siglo XV. Esta adelantada empresa obedeció a una carrera desenfrenada que diversos reinos del occidente cristiano tomaron por la exploración marítima en general y que tenían por alcanzar con seguridad la costa africana como objetivo inmediato.
La consecuencia inmediata fue que en años posteriores se convertiría en la capital de la isla hasta 1834. Allí encontrarían, en ese tiempo, asiento las instituciones políticas, militares y religiosas resultado de la unión de los destinos de canarias con los demás reinos peninsulares.
Este pasado histórico ha dejado una huella la organización urbana de la villa que le aporta gran riqueza en arquitectura tradicional, edificaciones nobles, museos, iglesias, conventos y ermitas. Destacan especialmente estos últimos por haber sido cabecera del antiguo obispado de Fuerteventura que comprendía a las demás islas Canarias excepto a Lanzarote.
Estratégicamente situada al oeste de la parte central de la isla deja distancia de unos 50 kilómetros el extremo norte y otros tantos el extremo sur. En dirección transversal de la isla se comunican en menos de 25 kilómetros los bordes de costa más occidentales y orientales de la isla.
El municipio de Betancuria es el más pequeño en superficie de los 6 en los que se divide la isla de Fuerteventura. Sin embargo la extensión aproximada de 1660 kilómetros cuadrados en total que tiene la isla aseguran una cantidad de kilómetros cuadrados considerable si se compara con la mayoría de la municipios de otras islas de Canarias.
Un destino ideal para interpretar, sentir y vivir Fuerteventura
El escaso número de residentes es otro dato significativo que en confluencia con lo dicho anteriormente arroja una densidad de población muy baja. Esta característica definitoria del entorno geográfico otorga un protagonismo especial al incomparable paisaje de Fuerteventura.
El visitante de Betancuria puede sentir el ritmo natural expresado en la forma de vida de los primeros habitantes de la isla. Los museos, la rica artesanía y las manifestaciones culturales de la población local impregnan la vida cotidiana de esta villa tranquila que ha dejado una huella profunda en la historia.
La gastronomía local cuenta con contribuciones propias como es el queso majorero aportadas al original, y mal conocido, acervo culinario canario. Las fiestas populares y romerías son la ocasión perfecta para prestar atención a estos sabores que reproducen una sabiduría ancestral por realzar las virtudes naturales.
La Iglesia Conventual de San Buenaventura, la Iglesia de Santa María de Betancuria, la Ermita de San Diego, la Ermita de Nuestra Señora de la Peña o la Ermita de Santa Inés serán algunas de las paradas obligadas que conforman los elementos más significados del patrimonio histórico artístico de la localidad y mismo de toda Canarias.
Para una mejor interpretación de los valores culturales acumulados en Betancuria se pueden visitar el Museo Arqueológico de Betancuria y el Museo de arte Sacro. Estas creaciones seguro que transmiten los valores que acompañan vida social de esta localidad majorera.
Es la misma vida que se alimenta de la luz reflejada en los paisajes inolvidables que pueden disfrutarse desde algunos de sus miradores como el de Morro Velosa o Guise y Ayose. Las pequeñas manchas de vida vegetal destacan sobre un fondo pétreo y desnudo de color ferroso, matiz de que rememora, como en pocos sitios, los orígenes volcánicos del planeta.
Betancuria es un libro abierto de historia y la luz sobre un paisaje irrepetible, austero y esencial ponen al visitante en condiciones para desconectar del ritmo vertiginoso de nuestro tiempo.
La experiencia más común es sentirse acompañado con una conexión profunda con un entorno inmaculado que replica las mejores estampas de los primeros días de la vida sobre la tierra.